#01 Lo doloroso del dolor.
“Nadie regresa del dolor y permanece siendo el mismo”.— Luis Rosales.
Si tienes una lesión o padeces dolor crónico. Si no encuentras la solución ni las respuestas que estás buscando, puedo ayudarte.
Siempre conectado. Sin importar dónde estés. ¿Estás preparado para dejar toda tu frustración atrás y recuperar una vida significativa?
Hasta la fecha, nadie puede experimentar lo que sientes cuando gritas: ¡J*der, cómo duele! Y quizás, la ciencia jamás pueda dar respuesta a esta inquietante pregunta.
Lo que se siente cuando se experimenta algo. Lo doloroso del dolor. Las propiedades subjetivas o cualitativas de las experiencias. El término qualia (singular: quale y pronunciado "kwol-ay") fue introducido en la literatura filosófica por C.I Lewis en 1929 a través de una discusión sobre los datos sensoriales. Por ejemplo, escuchar la misma nota musical o melodía en un piano es completamente diferente a hacerlo a través de una guitarra eléctrica. El dolor de muelas en comparación con el dolor de espalda. La calidad de estas experiencias es lo que les da a cada una de ellas su característica “sensación” y también lo que las distingue entre sí: lo que se siente experiencialmente.
Hay cosas que no se pueden enseñar, sino que se tienen que experimentar. Personalmente, he aprendido más del qualia del dolor, lo que nos hace verdaderamente sufrir, a través del arte que en cualquier paper o libro científico. Siempre que me pierdo, que me busco y no me encuentro, recurro a Dios. Como dijo Rancapino: “soy creyente macizamente”. Si no tenemos fe estamos vacíos. Y cuando no encuentro las palabras adecuadas para expresar cómo me siento en mis plegarias, me refugio en el flamenco.
El flamenco es la forma de expresar el dolor y el sufrimiento cantando. Siempre se le ha relacionado con la noche, con la fiesta, con la jarana y con todo lo que ello conlleva. Pero, ¿cómo es posible que en un escenario tan incierto uno se acoja a escuchar la verdad? Las letrillas por bulerías nacen de los fracasos, los errores, los pecados, las mentiras y los engaños que uno se va contando. Gracias a ello uno se va acercando a la verdad. Uno recibe una hostia de realidad que le hace reflexionar y reconocer(se). Y, al igual que Camarón —quién aseguraba que la gente no entendía su manera de sentir— hay gente que grita pidiendo auxilio mientras siguen pasando desapercibidas para el común de los mortales.
En Consejos de Mi Maestro, Rancapino lo expresa a la perfección:
Si no duele no te escuchan.
Tiene que doler cantando.
Pasar fatiga cantando.
Que te (re)busquen.
Que te (re)encuentres.
[…]
¿Y yo que te voy a decir corazón mío?
Cuídate mucho.
Cuídate a reventá.
Estoy harto de escuchar a gente que te hacía llorar.
Y tú, has nacido con el cante, pero doliendo.
Hay mucha gente que nace con el cante, pero pasa desapercibida, no duele.
Y el cante, el cante tiene que doler.
— Alonso Núñez Núñez (Rancapino).
El problema mente-cuerpo. Parece razonable suponer que a medida que la neurociencia progrese con la llegada de los nuevos avances tecnológicos aprenderemos más sobre el cerebro. De esta manera, soñamos con poder explicar algún día qué es la conciencia en términos de mecanismos neuronales. Es lo que David Chalmers denominó los problemas fáciles de la conciencia. Hay que pensar en "fácil" como un término relativo puesto que, en la mayoría de casos, todavía estamos muy lejos de tener una explicación o solución para la gran cantidad de fenómenos relevantes. Pese a que aún se requieren décadas —puede que incluso siglos— de ardua investigación empírica, contamos con razones suficientes para creer que podemos llegar a resolver estos problemas con la metodología estándar de la ciencia cognitiva y la neurociencia. Pero bueno, también contamos con motivos suficientes para creer muchas cosas en términos probabilísticos, como la vida extraterrestre, y aún seguimos dándonos cabezazos contra la pared.
Hace falta corazón para poder escuchar el sonido del dolor. El ser humano es mucho más que células, péptidos, hormonas y partículas elementales; por lo que no hay soluciones químicas para problemas espirituales.
Aunque sospechemos que los mecanismos implícitos son los sustratos neuronales del cerebro que dan lugar al qualia, no tenemos aún ninguna comprensión de cómo lo hace. A esto se le conoce como el hard problem de la conciencia, en el cuál he profundizado bastante en mi segundo libro. Aunque hemos aprendido bastante, cuando se nos dice que el dolor debe identificarse con algún estado neuronal o funcional en nuestro organismo, todavía hay algo que no se puede explicar. Este problema daría respuesta a las inquietantes preguntas:
¿Por qué nuestra experiencia de dolor se siente de la manera en que lo hace?
¿Por qué el dolor se siente "así", en lugar de "asao" o en lugar de nada en absoluto?
¿Por qué ante una misma lesión dos personas lo experimentan de manera diferente?
La respuesta es sencilla: suposiciones.
Los seres humanos somos mucho más que simios reducidos a átomos en perpetuo conflicto o en transición. Nuestro conocimiento hace que aún sea inteligible cómo, debido a las fluctuaciones térmicas en nuestro organismo, el movimiento aleatorio de las moléculas y/o partículas microscópicas (movimiento browniano) podría desempeñar el poder causal que asociamos con el dolor. Ante tal desconcierto, recurrimos al constructo de emergencia. Argumentamos que el dolor emerge de la persona y es una experiencia que no puede explicarse a partir de los elementos que la conforman por separado. De este modo: “el sufrimiento es la consecuencia necesaria del juego al que se disponen a participar las diferentes partes que componen los sistemas que conforman nuestro organismo”. Una forma elegante de salirse por la tangente ante aquello que aún no sabemos ni podemos explicar con certezas salvo la lógica de las suposiciones y la fanfarronería de palabras vacías con pretensión de ser grandilocuentes.
La imperiosa necesidad humana de tener certeza racional acaba por matar y sacrificar todo: matamos a Dios y sustituimos nuestras sólidas esperanzas por arenas movedizas. Algunos filósofos han afirmado que cerrar esta brecha explicativa es simplemente imposible. Autores como Colin McGinn y Thomas Nagel han argumentado de forma consistente que no podremos resolver este misterio, y que de momento no tenemos ni tan siquiera el aparato conceptual necesario para empezar a entender cómo podría ser cierto. Según Nagel, para resolver el problema difícil de la conciencia, tendríamos que pasar por una revisión completa, emprender una revolución conceptual tan radical que ni siquiera podemos empezar a concebir cómo serían los conceptos resultantes. Básicamente, crear un nuevo pasatiempo para seguir jugando a ser dioses.
La ciencia aspira a obtener certezas de lo que es racionalizable, no de lo racional. Nos guste o no, tendemos a ser racionales ex-post (después de obrar); no ex-ante. Aunque no seamos racionales, siempre encontramos la explicación adecuada a posteriori de nuestro comportamiento. En palabras del premio Nobel Milton Friedman: “poco importa que las premisas sean falsas, siempre que las conclusiones sean justas”. Y, nos guste o no, tanto el dolor como el sufrimiento no tienen porqué ser siempre racionales. El alivio, la sanación y la curación no son necesariamente compatibles con el uso de la lógica y la razón. Paradoja de la ciencia del dolor que en sus aspiraciones por querer controlar, cuantificar y poner a su disponibilidad metodológicamente las probables casuísticas del problema, acaba por agravarlo y empeorarlo. Cada ser humano es único e imprevisible con sus miedos, sus pasiones, sus contradicciones, sus justificaciones a sus deseos, su ingenuidad, sus frustraciones; en definitiva: con sus dolores, sus sufrimientos y sus quebraderos de cabeza. Cualquiera puede facilitarse la vida bajando un poquito el volumen ruidoso de aquello que llama razón. Después de todo, Goya tenía razón en su obra: El sueño de la razón produce monstruos. Ese ansia viva del ser humano por querer racionalizar, platonificar y poseer es lo que nos hace sufrir.
Estamos sometidos a encontrar una forma compensatoria a la separatividad que podemos llegar a experimentar con el mundo que nos rodea en aras de nuestro individualismo y nuestras aspiraciones por el continuo desarrollo personal y profesional moderno donde: uno acaba por explotarse a sí mismo con tal de retrasar el miedo a envejecer, el miedo a morir, el miedo a no haber vivido aún lo suficiente o no haber encontrado todavía el amor de su vida. Obrando así, uno acaba muerto en vida.
Un callejón sin salida: el dolor es una aporía. Una paradoja o una contradicción. Un enunciado que expresa o que contiene una inviabilidad de orden racional. Esto es lo que se propusieron argumentar Quinter y Cohen en su artículo La medicina para el dolor y sus modelos: ¿Ayudan u obstaculizan? Imagina por un momento que algún día llegamos a comprender qué es la conciencia, la ponemos a nuestra disposición y podemos transferirla según nuestro antojo. Llegado el día en que podamos transmitir nuestra conciencia a otros cuerpos:
¿Cómo podemos saber que tu conciencia experimenta lo que yo experimento cuando grito j*der, cómo duele?
¿No es más probable que experimentes la experiencia de tu conciencia a través de mi cuerpo?
Hasta lo que sabemos, esto no es suficiente para poder afirmar con certeza que eso es el qualia de mi dolor, lo que me hace sufrir, aquello por lo que pido ayuda.
De momento, lo más cerca que estamos de ello es acogiéndonos a la máxima de Margo McCaffery para poder afirmar que: "el dolor es todo aquello que la persona dice que experimenta cada vez que dice que lo está experimentando".
Pese a que el dolor es lo que nos une a todos los seres humanos, se siente como algo solitario; nos es despersonificado y desconocido si quien lo padece es alguien ajeno. Lo doloroso del dolor se vive a solas de un modo que no se puede expresar explícitamente con palabras comunes y corrientes. Una de mis letrillas favoritas del flamenco dice:
Por mucho que te esfuerces por afinar, tengas facultad y tesitura de voz, cuadricules el compás y te cuides bien la voz —eso no te hace cantar flamenco, al menos en su sentido más amplio de la pureza— se olvidan de mentar que hace falta corazón para poder escuchar el sonido del dolor”.
Esto es lo que yo llamo dolor hecho poesía. Es difícil entender como alguien no puede llegar a escuchar (a sentir) lo que se grita (el sonido del dolor) cuando lo sentimos en nuestras propias carnes.
El arte, el flamenco, me ayuda a ser prudente, a no juzgar y a empatizar con aquellos que sufren y piden ayuda a su manera. Y, como pasa con mucho pacientes, todavía no comprendemos sus múltiples maneras de sentir y de sufrir. Hace falta entrenar el “sentío” (mucho más que nuestro oído) para poder escuchar el sonido de sus dolores.
